lunes, 15 de junio de 2009

JULIO MARIO SANTO DOMINGO





Julio Mario Santo Domingo es, según la revista Vanity Fair, uno de los hombres más influyentes del mundo, pero según sus críticos podría también clasificar para la galería de los más soberbios.

Empecé a interesarme en la historia de Julio Mario Santo Domingo en 1995. En ese entonces vivía en Miami pero tenía que viajar bastante a Colombia, parte del territorio que cubría para el Wall Street Journal. Durante uno de mis viajes, una tía bogotana, amante de los toros, me contó un incidente fascinante que había presenciado: el día en la plaza de toros de Bogotá cuando el público "cachaco'' (del interior de Colombia) humilló públicamente a la persona que la mayoría de los miembros de las clases ilustradas consideraban más poderosa del país.

Paso así: César Rincón, un torero patrocinado por cervecería Bavaria, la empresa líder del Grupo Santo Domingo, quizo dedicar un toro a un alto ejecutivo de Caracol Radio, otra empresa importante del grupo. Pero su gesto no encontró simpatías. Todo lo contrario. El público, como si estuviera compuesto por antiguos romanos en un balcón del coliseo, empezó a chiflar. Y de repente, se empezó a oír un coro singular: "¡le-o-na!,¡le-o-na!"

Y no era cuestión de preferir leones a matadores. El público taurino estaba mostrando el disgusto generalizado hacia Santo Domingo al corear el nombre de una cerveza recién lanzada al mercado por su gran rival, el también plutócrata Carlos Ardila Lulle. Fue un día memorable para Ardila. De la plaza de toros lo llamaron amigos por teléfono celular para que oyera al público rugir por su cerveza. Se decía en Bogotá que el magnate había llorado de la emoción.

¿A qué se debía el disgusto del público? A juzgar por lo que me decían, una de las cosas que ofendía a los espectadores era la arrogancia suprema que irradiaba Santo Domingo. Proveniente de una familia rica, era percibido como un potentado distante, demasiado aristócrata. Miembro del jet-set, pasaba casi todo su tiempo entre Nueva York y París. Sus llegadas a Bogotá eran pocas, fugaces y misteriosas. Había sido embajador de Colombia en China y habia traído, como recuerdo, un bote Junk estilo chino que usaba cuando visitaba su isla privada cerca de la ciudad de Cartagena de Indias.

En ese momento se sentía que Santo Domingo se estaba convirtiendo en el dueño de Colombia. Bavaria, una de las compañías más grandes del país, era un monopolio virtual de la cerveza. Pero además tenía un conglomerado de negocios que incluía una participación mayoritaria en la aerolínea Avianca y Radio Caracol, la cadena líder en audiencia.

Su control de la radio así como de una cadena de televisión y un semanario, le daban una influencia enorme sobre la política del país. Pero su poder político también surgía del gran monto de contribuciones que daba a congresistas y políticos. Algunos analistas pensaban que Santo Domingo era la fuente más importante de financiación de la política colombiana. (Irónicamente, Miguel Rodríguez Orejuela, el capo del cartel de Cali hoy encarcelado, fue grabado durante las elecciones presidenciales del 1994 quejándose de lo pedigüeña que era la campaña del entonces candidato liberal y eventual vencedor Ernesto Samper. ¿Por qué le pedían tanto a él, dijo Rodríguez Orejuela, cuando Santo Domingo aparentemente estaba pagando los gastos de la segunda vuelta de la elección?)

Ayer igual que hoy, la élite colombiana tenía mil y un cuentos de Santo Domingo. Muchos de ellos tienen el mismo leifmotif: pobre del que cruce espadas con el magnate cosmopolita. Un par de ejemplos: en 1992, Rudolf Hommes, el entonces ministro de Hacienda, tuvo la osadía de declarar que aparentemente la industria cervecera estaba pagando menos impuestos de los que debería pagar. Me contó Hommes que de inmediato media docena de senadores en deuda con Santo Domingo lo fustigaron sin merced en la plenaria del Senado mientras en la galería pública Augusto López, en ese entonces presidente de Bavaria y mano derecha de Santo Domingo, sonreía. "Parecía un emperador romano mirando a los leones devorarse a un cristiano", me dijo Hommes.

Santo Domingo también cruzó espadas con la poderosa familia Santos, dueños de El Tiempo, el periódico más importante de Colombia, y rivales perdedores en una subasta por una licencia para montar una red de teléfonos celulares. La guerra se desató después de que el periodista Enrique Santos Calderón escribió una columna titulada La Arrogancia del Poder, acusando a Santo Domingo de ser "omnipotente." Radio Caracol respondió con ataques personales en contra de Santos Calderón, y Santo Domingo lo acusó de querer mantener el sector de comunicaciones bajo su dominio. El resultado final: el Nobel colombiano, Gabriel García Márquez, intervino para negociar la paz entre los grupos.

Durante la campaña presidencial de 1994, Santo Domingo también se peleó con Andrés Pastrana. Santo Domingo, que como buen empresario contribuía económicamente con los dos partidos tradicionales, le retiró el apoyo financiero a Pastrana, y se inclinó a favor de su rival, Samper. Lo mismo hizo en la campaña de 1998, que finalmente ganó Pastrana, con el que llegó a tener, incluso, un duro cruce de cartas pocos días antes de la segunda vuelta. Años después, cuando Pastrana llevaba menos de dos años como presidente, Santo Domingo comprendió que se pueden tener enemigos en todas partes, menos en la Presidencia, y selló una armisticio con Pastrana con la mediación, una vez más, de García Márquez.

La lucha por Leona

Pero de todas sus guerras, la más antigua y la más recia ha sido la lucha que entabló hace años con su gran rival, Carlos Ardila Lulle.

Los dos empresarios son muy diferentes. Ardila, de raíces en la clase media, se casó con la hija del dueño de una pequeña embotelladora de refrescos, Postobón, que convirtió en la marca dominante en el país. En su momento Ardila fue el productor independiente más grande de azúcar en el mundo. Igual que Santo Domingo, Ardila tenía intereses en medios de comunicación. Los dos empezaron como socios en Avianca, la aerolínea más importante del país, pero tuvieron agrias disputas que culminaron cuando Santo Domingo compró la participación de Ardila en el negocio.

De 1987 a 1993, los dos habían mantenido una tensa paz, respetando un acuerdo aceptado por ambas partes que les prohibía incursionar en áreas en donde el otro llevaba la posición dominante, Ardila en refrescos, Santo Domingo en cerveza y aviación. Pero en 1993 Santo Domingo incursionó en el mercado de refrescos. En respuesta, Ardila anunció que estaba invirtiendo unos 200 millones de dólares para construir la planta cervecera más moderna en América Latina. El resultado: Leona.

El rugido de Leona amenazó por un rato a Bavaria. Pero la euforia duró poco. En el 2000, algunos problemas con el pago de la deuda de Leona forzaron a Ardila a vender parte de la cervecería a su rival, Santo Domingo.

Mi artículo en el Wall Street Journal empezó con la historia de este combate. Aunque estuve bastante tiempo en Colombia recopilando datos y haciendo entrevistas, Santo Domingo no me recibió. Prefirió delegar ese trabajo en su mano derecha, Augusto López, el presidente de Bavaria, con quien más tarde también saldría peleado.

Pero por razones diversas el artículo original no se publicó. De todos modos, ya por esos días el presidente Samper estaba sumido en una grave crisis dado que su campaña había recibido seis millones de dólares en contribuciones del cartel de Cali. (Samper fue absuelto por el Congreso). La presión norteamericana, combinada con programas populistas iniciados por Samper para afincarse en el poder, ya empezaban a llevar la economía de Colombia a pique. La clase empresarial, casi en su totalidad, había abandonado a Samper. La gran excepción era Santo Domingo, que apostó todo a la supervivencia del presidente.

La crisis de Samper me pareció una excelente oportunidad para resucitar mi artículo. Un perfil del hombre fuerte que en ese momento era el último baluarte de un presidente asediado y casi herido de muerte, era noticia. Y así presentaría a los lectores del Wall Street Journal a un personaje, que aunque ejercía enorme poder en Colombia, era casi desconocido en el resto del continente.

En esta segunda vuelta tuve mejor suerte con Santo Domingo. Si mal no recuerdo, lo contacté a través de un relacionista público que lo convenció de la conveniencia de ser entrevistado. La entrevista se dio en un club exclusivo estilo inglés, en Nueva York.

Me acuerdo que había caído una gran nevada en la ciudad. Santo Domingo llegó al club a pie, acompañado del relacionista. Hablamos durante unos 45 minutos o una hora en un cuarto privado. Noté que tenía puesto un saco de corte inglés. Pero quería asegurarme que así era, pues en una previa ocasión, cuando entrevisté al magnate venezolano Gustavo Cisneros, había escrito que vestía mancuernas de esmeralda cuando en verdad eran de enamel verde. Cisneros se enojó muchísimo y escribió una carta al periódico diciendo que igual que me había equivocado en el asunto de las mancuernas, también lo había hecho en otras cosas.

Decidí asegurarme, y le pregunté a Santo Domingo por su saco. En efecto, me dijo que era de Savile Row y me enseñó la marca. Eso lo escribí con la intención de enseñar que Santo Domingo tenía aspectos de ser un dandy. Me acuerdo que el artículo tuvo gran impacto en Colombia, porque mandó una señal a las clases políticas y empresariales de que Santo Domingo no iba a abandonar al presidente (ver recuadro).

Pero también hizo que Antonio Caballero, columnista colombiano radicado en España, a quien no conocía, escribiera una columna hablando de mi supuesta actitud servil por lo del bendito saco de Savile Row. Que vaina, pensé.

Hoy, cinco años después, me sorprendió mucho saber que Santo Domingo no aparece en el más reciente listado de los más ricos de Forbes.

Pero eso no significa que el empresario haya perdido poder político o económico. A juzgar por un estudio elaborado por el economista colombiano Bernardo Parra, el nombre de Santo Domingo no solamente debería seguir en la lista, donde ha estado por muchos años, sino que debería estar en un lugar destacado. El imperio de Santo Domingo ha sufrido algunos reveses en los últimos años. Pero el empresario mantiene todo su poder. Según Parra, el imperio descansa sobre dos grandes columnas: el Grupo Empresarial Bavaria y el Grupo Empresarial Valores Bavaria.

Bajo el primer grupo está la tradicional fuente de poder económico de Santo Domingo, la cerveza, que su padre Julio Mario inició como industria en Barranquilla en los años cuarenta. Esta subdivisión reúne dos decenas de empresas localizadas en Colombia (incluyendo el 44 por ciento de Leona), Ecuador, Panamá, Venezuela y Perú, dedicadas a las cervezas y los refrescos. En Colombia y Ecuador cinco empresas del grupo dominan casi el 90 por ciento del mercado cervecero.

Según información obtenida por Punto-com, los ingresos del Grupo por venta de cerveza llegaron el año pasado a 878 millones de dólares, con un EBITDA de 253 millones de dólares. Para tener una idea de lo que eso significa, los ingresos por venta de cerveza del grupo Polar de Venezuela -cuyos dueños, la familia Mendoza, figuran en el puesto 82 de la lista de Forbes- fueron de 1.253 millones de dólares en 2000, con un EBITDA de 332 millones de dólares.

La otra columna del imperio de Santo Domingo es Valores Bavaria S.A., una holding que controla cerca de medio centenar de empresas dispersas en diferentes sectores como telecomunicaciones, servicios, alimentos y sociedades financieras. Posee además un portafolio de inversiones distribuido en empresas de empleo temporal, pasando por el comercio y los seguros hasta empresas reforestadoras en Colombia, Ecuador e Indonesia. Y tiene el control mayoritario de Avianca, la principal aerolínea del país.

Santo Domingo ha mostrado, además, un gran interés por los medios de comunicación. En 1986 adquirió el 50 por ciento de Caracol Radio y Televisión, y a partir de ese momento sus inversiones en empresas de esos sectores han aumentado. En la actualidad posee su propio canal de televisión (Caracol Televisión), sus propios medios escritos (el diario El Espectador, las revistas Cromos, Shock, Control TV, En Privado y Vea) y mantiene una proporción importante de las acciones de Caracol S.A., una de las principales cadenas radiales colombianas.

A sus 77 años, Santo Domingo no parece haber bajado del todo la guardia de su carácter belicoso. El año pasado sacó a uno de sus sobrinos, Andrés Obregón, a quien nombró como presidente del grupo en 1999. El magnate estaba convencido de que era el responsable por los saldos en rojo de varias empresas.

Pero quienes siguen los pasos del empresario colombiano dicen que parece cansado y que su esposa Beatrice Dávila, una elegante y culta señora de sociedad, está gradualmente tomando las riendas guiada por un sentido práctico y una lista secreta de amores y rencores familiares.

Asesorado por la zarina de Wall Street, Violy McCausland, el grupo está empeñado en vender Avianca. Después de fracasar en su intento de negociarla con una aerolínea extranjera, inició un proceso de fusión con Aces, una eficiente empresa local. Pero hace algunas semanas el proceso sufrió un duro revés. El gobierno no autorizó la unión argumentando que sería una invitación al monopolio del servicio aéreo en Colombia.

Santo Domingo, como lo dije en el artículo del Wall Street Jornal, ha sido siempre distante. De la gente y de su país. Era muy raro verlo en Colombia, en esporádicas visitas en las cuales permanecía buena parte del tiempo en su casa de Barú, una paradisíaca isla tropical en el Caribe. En los últimos años, sin embargo, se le ve mas tiempo en el país, lo cual ha sido interpretado positivamente incluso por sus más ácidos críticos.

1 comentario:

  1. Genial el articulo. muy entretenido... cambiale el color a la letra, es dificil de leer.

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